Juega Historiarte Liceo de pan de Azúcar

Los Tres Trabajos del Futuro

EL TRABAJO DE LAS NACIONES1
Hacia el capitalismo del siglo XXI
ROBERT REICH
CAP. 14


En la nueva economía internacional, pocas compañías e industrias nacionales compiten con sus pares extranjeras, si con el término "nacionales" nos referimos al lugar donde se hace el trabajo y se agrega el valor. La red mundial se está convirtiendo en algo corriente. Por lo general, tienen sus sedes centrales en un determinado país (muchas en los EstadosUnidos), y reciben gran parte de su capital financiero de mismo, pero sus laboratorios de investigación y diseño, sus plantas de producción están diseminadas en Japón, Europa y América del Norte, con fábricas suplementarias en el Sudeste Asiático y en Latinoamérica; centro de marketing y distribución en cada continente; e inversores y prestamistas en Taiwán, Japón y Alemania Occidental, así como en los Estados Unidos. Estas organizaciones universales compiten con otras compañías análogas con sedes centrales en otras naciones. Los frentes de batalla ya no coinciden con las fronteras nacionales.

Básicamente, están surgiendo tres amplias categorías de trabajo, que corresponden a
las tres diferentes posiciones competitivas en las cuales se encuentran los norteamericanos.
Estas mismas categorías están tomando forma en otras naciones. Las denominaremos servicios rutinarios de producción, servicios en persona y servicios simbólico-analíticos.

Los servicios rutinarios de producción abarcan los diferentes tipos de tareas cumplidas por los trabajadores de la "tropa de infantería" del capitalismo americano, en las empresas de alto volumen de producción. Se hacen una tras otra; son una etapa en una secuencia de fases para fabricar productos terminados que luego se comercian en el mercado mundial. Si bien a menudo se las considera como tareas manuales, también incluyen funciones de supervisión rutinaria desempeñadas por gerentes de bajo y mediano nivel -capataces o encargados, gerentes de línea, jefes de personal y jefes de sección-, y consisten en un control repetitivo del trabajo de los subordinados y en velar por el cumplimiento de los procedimientos operativos estándar.

Los servicios rutinarios de producción se pueden encontrar en muchos sitios dentro de
una economía moderna, además de las industrias tradicionales. Se los puede encontrar incluso en las más jóvenes y relucientes empresas de alta tecnología. Pocas tareas son más tediosas y repetitivas que armar los tableros de circuitos para computadoras o componer las claves o códigos de rutina para los programas de software en computación.

Contrariamente a lo que predijeron muchos profetas de la "era de la informática",
quienes auguraban con entusiasmo una abundancia de puestos bien remunerados, incluso para la gente con las habilidades más elementales, la dura realidad es que muchas tareas del procesamiento de datos entran fácilmente dentro de esta categoría. Los "infantes" de la economía moderna son las hordas de operadores que, instalados en oficinas apartadas, trabajan en las terminales de las computadoras conectadas con los bancos de datos mundiales. Ellos introducen rutinariamente en las computadoras -o extraen-los datos con las listas de compras y cancelaciones de las tarjetas de crédito, cheques librados, cuentas y correspondencia de los clientes, nóminas de sueldos, listas de pacientes, facturas de internación, fallos judiciales, listas de suscriptores, catálogos, y así sucesivamente. La "revolución de la informática" nos ha hecho ser más productivos, pero también ha generado una enorme acumulación de datos, los cuales deben ser procesados con métodos tan rutinarios como los de las líneas de montaje de una fábrica.

Los empleados de los servicios rutinarios habitualmente trabajan junto con una serie de otras personas que cumplen la misma tarea, dentro de amplios y cerrados espacios. Se orientan en su tarea a través de procedimientos estándar y normas codificadas, e incluso sus jefes son supervisados, a su vez, por personas que controlan rutinariamente -a menudo con la ayuda de computadoras-cuánto trabajan y con qué esmero lo hacen. Sus salarios se fijan sobre la base de la cantidad de tiempo que trabajan, o su rendimiento laboral.

Estos trabajadores deben saber leer y efectuar cálculos simples. Pero sus virtudes
esenciales son la fiabilidad, la lealtad y la capacidad para cumplir las directivas. Para eso basta normalmente con una educación estándar sobre la base de principios tradicionales.

En 1990, los trabajos rutinarios de producción abarcaban cerca de un cuarto de los
empleos cubiertos por los norteamericanos, y su cantidad iba en disminución. Aquellos que trabajaban en las industrias metalúrgicas eran en su mayor parte hombres de raza blanca; los operarios de planta o el personal de informática eran en su mayoría gente de color o hispano, y mujeres; sus jefes, varones de raza blanca".



Los servicios en persona, el segundo tipo de función que cumplen los norteamericanos,también comprende tareas simples y repetitivas. Y como en los servicios rutinarios de producción, el empleado cobra en función de las horas trabajadas o el rendimiento laboral; están estrechamente supervisados (como sus jefes), no necesitan haber adquirido demasiada formación (como máximo, un título secundario, o su equivalente, además de cierto entrenamiento vocacional).
La mayor diferencia entre un empleado de los servicios en persona y otro de producción rutinaria es que estos servicios se deben proporcionar de persona a persona, y por lo tanto no se prestan a todo el mundo. (Desde luego, este empleado podría trabajar para una organización mundial. Por ejemplo, en 1988, la compañía británica Blue Arrow PLC adquirió Mainpower Inc., que provee servicios de custodia en todos los Estados Unidos. La firma danesa ISS-AS empleaba más de 16.000 trabajadores norteamericanos para la limpieza de oficinas en la mayoría de las principales ciudades de los Estados Unidos.) Estos trabajadores están en contacto directo con los destinatarios finales de su trabajo; sus objetivos inmediatos
son los clientes específicos y no las barras de metal, las telas o la información. Trabajan solos o en grupos reducidos. Están incluidos dentro de esta categoría los vendedores minoristas, los camareros y camareras, los empleados de hoteles, los conserjes o porteros, los cajeros, los enfermeros y asistentes hospitalarios, las niñeras, los servicios de limpieza domiciliaria los conductores de taxis, las secretarias los peluqueros, los mecánicos de coches, los vendedores de bienes inmuebles, las azafatas de aerolíneas, los fisioterapeutas y -entre los de más rápida expansión los guardias de seguridad.
Los trabajadores de los servicios en persona se supone que deben ser puntuales,
fiables y dóciles, como los empleados de los servicios rutinarios de producción. Pero muchos de estos trabajadores deben satisfacer un requisito adicional: tener un trato afable. Tienen que saber sonreír y transmitir confianza y optimismo, incluso cuando se sientan abatidos. Deben ser corteses y serviciales, aun con el más aborrecible de los patrones. Ante todo, tienen que hacer que los demás se sientan cómodos y complacidos. Quizá por eso no sorprenda el hecho de que, tradicionalmente, hayan sido mujeres las que cumplan la mayoría de estas tareas. El estereotipo cultura de la mujer como educadora o formadora le ha abierto incontables oportunidades en' este ámbito.

En 1990, este tipo de servicios comprendía casi el 30 por ciento de los puestos
ocupados por los norteamericanos y su número aumentaba a un ritmo acelerado. Por ejemplo, Beverly Enterprises, una simple cadena de residencias geriátricas, que opera en todos los Estados Unidos, empleaba casi la misma cantidad de trabajadores que toda la compañía Chrysler (115.174 y 116.250, respectivamente) -si bien la mayoría de los norteamericanos estaban mucho más informados acerca de esta última. En los Estados Unidos, se crearon durante la década de los ochenta más de 3 millones de puestos dentro de estos servicios "de persona a persona" en los locales de comidas rápidas, bares y restaurantes. Esta cifra supera a la cantidad total de puestos en la producción rutinaria de la industria automotriz, siderúrgica y textil combinadas, que todavía existen en los Estados Unidos hacia el final de la década.

Los servicios simbólico-analíticos, la tercera categoría de puestos, incluye las actividades de los expertos en intermediación estratégica, identificación y resolución de problemas,. Como los servicios rutinarios de producción (y a diferencia de los servicios en persona), los simbólico-analíticos se pueden prestar universalmente y por eso tienen que competir con los prestadores extranjeros, incluso en el mercado norteamericano, pero no se ofrecen al comercio mundial como algo estandarizado. Lo que se comercia son símbolos -datos, palabras, representaciones visuales y orales.

Incluidos dentro de esta categoría están los individuos que se denominan a sí mismos
investigadores científicos, ingenieros proyectistas, ingenieros de sistemas, ingenieros civiles, biotecnólogos, ingenieros de sonido, ejecutivos de relaciones públicas, banqueros de inversión, abogados, planificadores de bienes raíces e incluso algunos contadores creativos. También abarca gran parte de la tarea que cumplen los consultores de varias especialidades: management, finanzas, impuestos, energía, agrícolas, armamentos, arquitectura; los especialistas en manejo de información y en desarrollo de las organizaciones, los planificadores estratégicos, los buscadores de talentos y cerebro para las empresas(headunters) y los analistas de sistemas. Además: los publicistas, los estrategas de marketing, los directores de arte, los arquitectos, los cineastas, los guionistas, los editores y escritores, los periodistas, los músicos, los productores de cine y televisión, e incluso los catedráticos universitarios.

Los analistas simbólicos hacen de intermediarios, identifican y resuelven problemas
valiéndose de símbolos. Simplifican la realidad con imágenes abstractas que se pueden
reordenar, alterar y experimentar con ellas, comunicarlas a otros especialistas y, finalmente, convertirlas nuevamente en una realidad. Para ello se utilizan instrumentos, obtenidos a través de la experiencia. Los instrumentos pueden ser algoritmos matemáticos, argumentos legales, tácticas financieras, principios científicos, observaciones psicológicas acerca de cómo persuadir o entretener, métodos inductivos o deductivos, o cualquier otro tipo de técnica para resolver problemas.

Algunas de estas tácticas revelan de qué manera desplegar más eficazmente los
recursos, o los activos financieros, o bien cómo ahorrar tiempo y energías. Otras tácticas llevan a nuevos descubrimientos: prodigios tecnológicos, argumentos legales innovadores, nuevas campañas publicitarias para convencer a la gente de que ciertos pasatiempos han llegado a ser una necesidad vital. Y otros recursos más -de sonidos, palabras, imágenes- que apuntan a distraer a los destinatarios o hacerles reflexionar más profundamente sobre sus vidas, o sobre la condición humana.

Como los trabajadores rutinarios de la producción, los analistas simbólicos rara vez
establecen un contacto directo con los destinatarios de su labor. Sin embargo, otros aspectos de su tarea son muy diferentes de los que caracterizan a los empleados de producción. Los analistas simbólicos a menudo tienen socios o colegas en lugar de jefes o supervisores. Sus ingresos pueden variar de vez en cuando, pero no están en relación directa con la cantidad de tiempo o esfuerzo que invierten. El ingreso depende, más bien, de la calidad, originalidad, destreza y oportunidad, y surge de lo que ellos identifican y resuelven. Sus carreras no son lineales ni jerárquicas; pocas veces siguen una trayectoria bien definida, hasta llegar progresivamente a los niveles más altos de responsabilidad e ingresos. De hecho, los analistas simbólicos pueden asumir grandes responsabilidades y disfrutar de una próspera situación a una edad más bien temprana. De mismo modo, pueden perder influencia e ingresos si no son suficientemente hábiles para innovar y crear sobre la base de su experiencia acumulativa, aun cuando sean veteranos.

Estas personas generalmente trabajan solas o en pequeños equipos, los cuales pueden
estar conectados con grandes organizaciones, inclusive con redes mundiales. El trabajo en equipo, por lo general, es un aspecto crítico. En vista de que ningún problema o solución se puede definir por anticipado, el intercambio frecuente e informal de opiniones contribuye a asegurar el mejor uso de los conocimientos y descubrimientos, y su evaluación crítica inmediata.

Cuando no conversan con sus compañeros de equipo, los analistas simbólicos se
sientan junto a los terminales de computadora: examinan las palabras y las cifras, las desplazan, las cambian, prueban nuevas expresiones y guarismos, formulan y comprueban hipótesis, o planean estrategias. También pasan largas horas en reuniones o conversaciones telefónicas, en viaje y en los hoteles, asesoran, dictan conferencias, dan instrucciones, hacen negociaciones. Periódicamente entregan informes, planes, proyectos, borradores, memorandos, esquemas, propuestas, manuscritos.

Las condiciones físicas en las cuales trabajan los analistas simbólicos son sustancialmente diferentes de las de los trabajadores rutinarios y los prestatarios de servicios personales. Por lo general trabajan en lugares reservados y decorados con gusto, en edificios altos rodeados de pulcros jardines.

El producto final a menudo es la parte más fácil. La cantidad de tiempo y el coste (y con ello el valor real) se determina al conceptualizar el problema, entrever la solución y planear su ejecución.

La mayor parte de estos analistas son graduados de las carreras terciarias o
universitarias; muchos también poseen títulos de posgrado. La gran mayoría son varones, pero la proporción de mujeres va en aumento, y entre ellos hay una pequeña pero creciente cantidad de gente de color. En total, los analistas simbólicos cubren no más del 20 por ciento de los puestos en los Estados Unidos. La proporción de trabajadores norteamericanos que entran dentro de esta categoría se ha incrementado considerablemente desde la década de los cincuenta (según mis cálculos, no más del 8 por ciento de los trabajadores norteamericanos se podían calificar como analistas simbólicos a mediados de siglo), pero el ritmo de crecimiento disminuyó en los años ochenta -aun cuando cierta especialidades analíticas, como los fondos de inversión y la asesoría jurídica, cobraron impulso.


Estas tres categorías de tareas cubren más de tres de cada cuatro puestos laborales en los Estados Unidos. Entre los restantes figuran los trabajadores rurales, los mineros y otras personas que trabajan en la explotación de yacimientos naturales, quienes en conjunto representan menos del 5 por ciento de los trabajadores norteamericanos. Los demás son principalmente empleados públicos (que incluyen a los maestros de las escuelas públicas), empleados de las industrias reguladas (como los empleados de los servicios públicos), y profesionales pagados por el gobierno (ingenieros que trabajan en los sistemas de armamentos y médicos de los programas médico- asistenciales del gobierno: Medicaid y Medicare);

Algunas categorías de empleos tradicionales -gerentes, secretarias, vendedores, etcétera se superponen con más de una de estas nuevas categorías funcionales. Es necesario destacar que las categorías tradicionales datan de una época en la cual la mayoría de las tareas estaban tan estandarizadas como los productos que contribuían a crear. Dichas categorías ya no resultan muy útiles para determinar qué hace realmente un individuo en su puesto, ni cuánto es posible que gane por eso. Solamente algunas de las personas que están clasificadas como "secretarias" prestan servicios personales, como concertar citas y servir café. Mientras un tercer grupo de "secretaria” cumplen funciones de analista simbólico en estrecha cooperación con la tarea de sus jefes. El hecho de clasificarlas a todas como "secretarias" es una interpretación errónea de sus muy diferentes funciones en la economía.
Del mismo modo, las tareas de "ventas" pueden entrar dentro de cualquiera de los tres grupos funcionales: algunos vendedores simplemente llenan los pedidos; otros invierten la mayor parte de su tiempo en servicios personales, y algunos se ocupan de la identificación de problemas -no muy lejos de lo que hacen los consultores de management más cotizados.
Las tareas de los programadores de computación (una de las categorías recientemente incorporadas- a la lista de ocupaciones estándar) también son variadas: pueden planear códigos de rutina, resolver dificultades "en persona" para clientes en particular, o traducir complejas especificaciones funcionales en software.

El hecho de que una categoría de trabajo se clasifique oficialmente como "profesional" o "gerencial" tiene poca conexión con la función que su ocupante realmente desempeña dentro de la economía mundial.
No todos los profesionales son analistas simbólicos. Algunos abogados pasan toda su vida laboral haciendo cosas que la gente común podría calificar como intolerablemente monótonas, girando siempre en torno de los mismos testamentos, contratos y divorcios, en los cuales sólo cambian los nombres.
La definición "trabajador profesional" se superpone significativamente con nuestra definición de analista simbólico (aunque, como veremos, no todos " analistas simbólicos son profesionales, y no todos los profesionales son analistas simbólicos). Sass reveló que en 1988 los trabajadores profesionales abarcaban el 20% de la clase trabajadora norteamericana.



Ciertos gerentes no asumen más responsabilidad que anotar quién llega tarde por la mañana, y cerrar con llave la oficina al retirarse. (Me han contado de catedráticos universitarios que han dado la misma conferencia durante treinta años, mucho después que sus cerebros se atrofiaran, pero no creo en esas historias.) Evidentemente, ninguno de estos profesionales es un analista simbólico.

Tampoco todos los analistas simbólicos son profesionales. En el viejo sistema
económico estandarizado, un "profesional" era alguien que había adquirido un particular dominio del conocimiento. El conocimiento existía previamente, listo para ser adquirido. Había sido registrado en polvorientos volúmenes o codificado según reglas y fórmulas precisas. Una vez que el principiante había absorbido debidamente el conocimiento y había aprobado el examen que testimoniaba su "asimilación", el status profesional le era conferido automáticamente, por lo general a través de una ceremonia con indumentarias y boato adecuadamente medievales. A continuación, el profesional estaba autorizado a estampar algún título después de su apellido, colgar un diploma en la pared de su oficina, inscribirse en la asociación profesional, asistir a las reuniones anuales en Palm Springs y buscar afanosamente a sus clientes con un mínimo de evidente avaricia.

Pero en la nueva economía -con innumerables problemas sin identificar, soluciones
inexploradas y medios desconocidos para ponerlas en práctica-la adquisición de los viejos dominios del conocimiento no es suficiente para garantizar un buen ingreso. Si bien no es importante, todavía es necesario. Los analistas simbólicos a menudo pueden recurrir a un cúmulo de conocimientos con sólo oprimir una tecla de la computadora. Hechos, códigos, fórmulas y reglas son fácilmente accesibles. Mucho más valiosa es la capacidad de utilizar eficaz y creativamente ese conocimiento. Tener un título profesional no garantiza ese conocimiento. Una formación profesional en la cual se ha enfatizado la adquisición rutinaria de ese conocimiento sobre el pensamiento original puede inhibir dicha capacidad.


¿Cómo se puede describir entonces lo que hacen los analistas simbólicos? No es fácil.
Toda vez que el status, la influencia y los ingresos de estos analistas tienen poco que ver con las categorizaciones formales o los títulos, su función puede parecer enigmática a las personas que trabajan fuera de una red empresarial y a las que no están familiarizadas con la verdadera función de un analista simbólico dentro de las mismas. El análisis simbólico abarca procesos de reflexión y comunicación, antes que una producción tangible. Los alcances de esta tarea pueden resultar difíciles de transmitir. Al responder a la pregunta "¿Qué hiciste hoy, papá?", no siempre es instructivo, o particularmente ejemplar, contestar que uno ha pasado tres horas conversando por teléfono, cuatro horas en reuniones, y el resto del tiempo con la vista fija en una pantalla de computadora, tratando de resolver un problema.

Algunos analistas simbólicos le asignan un título a sus funciones que no aclara nada,
pero al menos suena como si les otorgara una autoridad independiente. Las viejas jerarquías se han desechado, pero un nuevo lenguaje ha comenzado a perpetuar las prácticas, consagradas por el tiempo, de usar los títulos como expresión de status.

He aquí una muestra. Agregue cualquier término de la primera columna a alguno de la
segunda, y luego agregue ambos términos a cualquiera de la tercera columna, y tendrá una función que es posible atribuir a un analista simbólico.



No obstante, en la organización "chata" de las empresas de alto valor existen sutiles
diferencias de categoría para los analistas simbólicos. El status real es inversamente proporcional a la importancia del título o cargo. Dos términos significan un cierto grado de autoridad. (La segunda o tercera columna se eliminan, dejando una más simple y elegante combinación como "Ingeniero de Proyectos" o "Director Creativo".) Sobre los analistas simbólicos más meritorios -que ejercen una influencia mayor sobre sus pares dentro de la red recae el más alto honor: un título formado por un solo término de la primera columna seguido de adjetivos honoríficos, como "Senior" "Ejecutivo" o "Principal". El analista se convierte en Traductor Senior", Coordinador Ejecutivo", o "Asesor Principal", ya no por sus largos años de servicio, o por el impecable acatamiento de las rutinas, sino por su especial destreza para negociar, identificar y resolver problemas.

Hace años, los jóvenes ambiciosos y afortunados ascendían en las escalas jerárquicas
empresariales con predecible facilidad. Cuando ingresaban en una compañía central,
comenzaban, por ejemplo, como segundo asistente de marketing. Después de cinco años
aproximadamente subían a la categoría de primer asistente, y de allí en adelante continuaban la escala ascendente. Cuando se incorporaban a un estudio jurídico, a una consultora o a una compañía financiera, se iniciaban como asociados, después de cinco u ocho años ascendían a socio junior, y luego a socio senior, socio gerente y finalmente la cumbre.

Ninguna de estas predecibles etapas requería un pensamiento original. En realidad, una imaginación particularmente creativa o crítica hasta podía ser peligrosa para el desarrollo de la carrera, especialmente si se formulaban preguntas del tipo subversivo, como "¿No estamos enfocando mal el problema?" o "¿Por qué lo hacemos de esta manera?" o más peligroso aun," ¿Cuál es la razón de ser de esta organización?" La carrera más segura era el camino más fiable, y este ya había sido lo suficientemente transitado por otros previamente, de modo que no se podía fallar.

Desde luego, todavía existen lugares apartados dentro de las organizaciones donde los progresos en la carrera son secuenciales y predecibles. Pero los más jóvenes se sienten cada vez menos atraídos por esas situaciones, y tampoco desean transitar por los caminos conocidos. No les interesa. En la nueva economía mundial, aun los puestos más importantes de las organizaciones más prestigiosas son vulnerables a la competencia mundial cuando consisten en rutinas fácilmente emulables. La única verdadera ventaja competitiva estriba en la habilidad para identificar, intermediar y resolver problemas.


Populismo en Latinoamerica

El populismo es un concepto cuya historia está signada por las dificultades que se hacen presentes en todo intento de dar de él una definición relativamente precisa. En nuestro caso, como un modo de recortar la amplitud de los procesos que la noción señala, nos centraremos sólo en el populismo latinoamericano.
En los distintos autores que abordaron la problemática[1][1], la complejidad del concepto se puede advertir por el hecho de que éste remite a una heterogeneidad tal que abarca una expresión o forma política, movimientos, partidos, gobiernos y regímenes, también rasgos tales como liderazgo carismático, nacionalismo, desarrollismo, reformismo, movimiento de masas, partidos políticos policlasistas e incluso a ideologías, actitudes discursivas o modos de interpelación.
Pero a la par de los obstáculos que el concepto suscita por su extensión y vaguedad, es sin duda su carácter polifónico el que aporta la riqueza y el que permite entender su insistencia como categoría inevitable de análisis en los procesos histórico-sociales de América Latina. Y ahora, cuando parecía que su alcance quedaba restringido, si no sepultado, luego de la hegemonía de los gobiernos neoliberales de las últimas décadas, la palabra populismo comenzó a sonar de nuevo, en los modos de lo que se ha llamado neopopulismo de mercado, al calor de Hugo Chávez en Venezuela, la asunción de Lula o simplemente como una dimensión que califica comportamientos en campañas políticas y en instituciones y organizaciones (como, por ejemplo, y es una hipótesis a debatir, la CTA).

Para Eduardo Rinesi vuelve a aparecer una preocupación por el populismo en la teoría, en algunos autores, “después del cierre o del agotamiento del ciclo teórico y político de lo que se dio en llamar la transición democrática en América Latina, en los años ‘80 e incluso a principios de los ‘90, donde más bien la reflexión política estuvo asociada a un paradigma básicamente liberal de constitución de formas de ciudadanía, porque este pensamiento de matriz liberal de la transición democrática, de la constitución de ciudadanos entendidos como individuos que internalizan un sistema de reglas de juego, reveló límites grandes para pensar la política efectiva”. Y ante ese agotamiento, agrega Rinesi, “la discusión en relación con el populismo entra en escena cuando uno se pone a pensar que el populismo no es un pecado de autoritarismo de los que no han comprendido la necesidad de suscribir formas adecuadas de ciudadanía sino que es un rasgo fundante de las identidades políticas latinoamericanas”.

Para desentrañar, aunque sea en parte, la madeja de significaciones del término populismo, según Juan Carlos Korol se pueden distinguir dos usos centrales: uno que lo ubica en tiempo y espacio y otro que lo acerca a cierto estilo político. “Las versiones que tienden a anclarlo en un momento y en un lugar en general reconocen al populismo como una expresión política que está muy ligada al momento de industrialización sustitutiva, al período posterior a los años ‘30 en América Latina y hasta los años ‘60. En general el populismo adoptó una política económica más bien redistributiva, y en términos de ideología, construía un antagonista que tenía que ver con las oligarquías o el imperialismo. Ésta es una visión acotada que suele ser útil en términos de precisión de la categoría. La otra concepción resalta ciertas características, básicamente el tipo de liderazgo que es más bien paternalista, a veces carismático, el tipo de alianza social que lo apoya, que suele ser heterogénea, y lo que podríamos llamar el estilo político, con lo cual uno puede encontrar rasgos del populismo antes del populismo clásico y sobre todo después”.
En sintonía con la primera manera de entender el término, José Vazeilles da cuenta de la heterogeneidad que abarca y su ambigüedad: “el populismo no es una forma orgánica sino que es una designación teórica utilizada para describir fenómenos que no cuadran en regímenes previos más definidos en América Latina, como pueden ser las dictaduras militares, los regímenes conservadores oligárquicos o el único caso de socialismo”.
En este sentido, en la bibliografía que se refiere al populismo –y sólo de los procesos históricos de América Latina– podemos notar la amplitud del término por el hecho de que, no sin discusiones y vacilaciones, se caracteriza como populistas, entre otros, los siguientes gobiernos: Yrigoyen y Perón en Argentina, Calles y Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, José María Velasco Ibarra en Ecuador, Paz Estensoro y Siles Zuazo en Bolivia, Víctor Raúl Haya de la Torre (por la fundación de APRA, aunque nunca llegó al poder), Belaúnde Terry, Velasco Alvarado y Manuel A. Odría en Perú, Fidel Castro en Cuba (“antes de la transición al socialismo” en palabras de Ianni), Batlle en Uruguay, Jorge Eliécer Gaitán en Colombia, Pérez Jiménez en Venezuela, Marin en Puerto Rico, Arbenz en Guatemala e Ibáñez en Chile.
Volviendo ahora a los usos del término, podemos decir que el populismo remite tanto a experiencias históricas definidas como el peronismo, el varguismo o el cardenismo, es decir, se lo entiende como un modo específico de hacer política, por un lado, y remite, por otro, a una dimensión presente en distintas prácticas políticas, por ejemplo, en sindicatos, organizaciones territoriales, partidos políticos, el movimiento piquetero, etc.
Señalemos por último que en contraste con la amplitud y riqueza de matices que el término populismo encuentra en sus usos académicos, se lo utiliza monótonamente muchas veces en la prensa actual como una manera de deslegitimar a algunos líderes de América Latina. Con este sentido peyorativo se hace referencia frecuentemente al supuesto de que las políticas económicas del populismo implican básicamente un aumento del gasto del Estado, que este aumento, por lo excesivo de su magnitud, genera un déficit en el presupuesto, y que este déficit origina una rueda de trastornos y desajustes económicos.

La política económica y social

Entre las características más destacadas de los populismos clásicos, en referencia particular a la esfera económica y social, se pueden mencionar procesos de industrialización por sustitución de importaciones y de urbanización.
El Estado, por su parte, interviene en las actividades económicas a partir de regulaciones y de empresas propias, controla los servicios públicos, emprende políticas redistributivas y asume tareas asistencialistas.
Según Juan Carlos Korol, “el populismo clásico implicaba una cierta alianza de sectores trabajadores, obreros, en algunos casos campesinos como es el caso de México, y políticas tendientes a la redistribución, a veces implicaba también el aumento del déficit de las cuentas del Estado y finalmente la industrialización sustitutiva”. Agrega, por otra parte, en relación con la constitución de la ciudadanía, que “en el populismo clásico se dio la incorporación al sistema político no de sectores excluidos sino no incluidos”.
Si bien el populismo adquirió en todos los casos una política distribucionista, hay que aclarar que en ningún momento persiguió una transformación socialista de las estructuras.

Para José Vazeilles los rasgos del populismo serían “proponer excepciones al régimen de propiedad para poder distribuir mejor el ingreso, o dar curso a una política laboral y entregarle al Estado el papel de contrapeso de los monopolios externos, para lo cual con mucha frecuencia tuvo que hacer emprendimientos estatales”.
Otro de los rasgos que suele caracterizar al populismo es el clientelismo. Se puede decir por ello que en el interior del populismo se entretejieron por lo general prácticas clientelísticas. Vazeilles, por su parte, radicaliza un poco más la afirmación porque remarca a este rasgo como una característica central de los más estudiados populismos latinoamericanos y extiende, a su vez, a partir de ella, el populismo como un rasgo también presente en la política de los EE.UU.: “El populismo no es un fenómeno sólo de América Latina –señala– sino en general de América, porque el gran partido populista es el Partido Demócrata de los EE.UU. que tiene un sistema muy parecido al radicalismo, al varguismo o al peronismo, es decir, una gran máquina fundamentalmente clientelística donde el aparato político se arma sobre una red de favores que permite el poder político”.

Para señalar ahora algunas medidas, prácticas o políticas específicas, tomaremos al peronismo como nuestra referencia histórica particular. Luis Alberto Romero comenta en su Breve Historia Contemporánea de la Argentina[2][2] que, durante la gestión de Perón al frente de la Secretaría de Trabajo: “además de dirimir conflictos específicos, por la vía de contratos colectivos, que supervisaba la Secretaría, se extendió el régimen de jubilaciones, de vacaciones pagas, de accidentes de trabajo, se ajustaron las categorías ocupacionales y en general se equilibraron las relaciones entre obreros y patrones, incluso en la actividad misma de las plantas. En muchos casos se trataba simplemente de aplicar disposiciones legales ignoradas. La sanción del Estatuto de Peón innovó sustancialmente, pues extendió estos criterios al mundo rural, introduciendo un elemento público en las relaciones manejadas hasta entonces en forma paternal y privada[3][3]. Y una vez llegado Perón a la presidencia, agrega Romero que “el Estado benefactor contribuyó decididamente a la elevación del nivel de vida: congelamiento de los alquileres, establecimiento de salarios mínimos y de precios máximos, mejora de la salud pública, planes de vivienda, construcción de escuelas y colegios, organización del sistema jubilatorio, y en general todo lo relativo al campo de la seguridad social[4][4]. A su vez, en cuanto a la política económica, menciona Romero una fuerte participación del Estado en la dirección y regulación de la economía, nacionalización de empresas extranjeras, como las vinculadas a ferrocarriles, electricidad, gas y teléfonos, y la nacionalización del Banco Central, desde donde se pudo manejar la política monetaria, crediticia y el comercio exterior.
En cuanto al modo en que se sitúa el peronismo en la relación entre el proletariado y la burguesía, Alberto Plá sostiene en “Nacionalismo, peronismo y América Latina”[5][5] que Perón se caracterizó claramente por una defensa de la burguesía industrial. Perón, afirma, “quiso aprovechar la fuerza social de la clase obrera para frenar la presión imperialista, y cuando esta dinámica corría el riesgo de escapar a su control, giró y frenó la acción independiente del movimiento obrero, en clara defensa del sistema capitalista[6][6]. Para Alberto Plá las medidas, que en muchos casos elogia y destaca, “no eran en sí mismas suficientes para romper la relación de dependencia estructural”[7][7]. En este sentido señala que es muy significativo que a pesar de las medidas que Perón implementó contra los capitales extranjeros, no tocó a los frigoríficos ni a los grupos eléctricos cuando a nivel económico la Argentina era productora de carne y cereales para el mercado mundial.
Durante el peronismo, la relación del Estado y los sectores subalternos encuentra uno de sus canales privilegiados en los sindicatos. Al respecto señala Plá que “la clase obrera organizada en los sindicatos era la columna vertebral del peronismo” y que esto le daba al movimiento “un contenido de masas” que permite diferenciarlo del “paternalismo populista de Vargas[8][8]. El otro canal, menos formalizado, tenía como emblema a Eva Perón y la fundación que llevaba su nombre, y se caracterizaba por la respuesta a demandas puntuales a través de la acción directa. Comenta Romero al respecto que “Eva Perón resultaba así la encarnación del Estado benefactor y providente, que a través de la ‘Dama de la Esperanza’ adquiría una dimensión personal y sensible. Sus beneficiarios no eran exactamente lo mismo que los trabajadores: muchos carecían de la protección de sus sindicatos, y todo lo debían al Estado y a su intercesora. Los medios de comunicación machacaron incesantemente sobre esta imagen, entre benefactora y reparadora, replicada luego por la escuela, donde los niños se introducían a la lectura con ‘Evita me ama’. La experiencia de la acción social directa, sumada al reiterado discurso del Estado, terminaron constituyendo una nueva identidad social, los ‘humildes’, que completó el arco popular de apoyo al gobierno[9][9]. Se puede destacar entonces, a partir de los rasgos recién enumerados por Romero, un fuerte peso de la dimensión simbólica. Y, tal vez, como su contracara, al hecho de que los nuevos actores políticos y sociales constituidos como ciudadanos a partir de una interpelación populista se reconocían incluidos en la vida política y social desde un sentimiento de pertenencia y no, en cambio, por ejemplo, a partir de una elección partidaria en el marco de distintas alternativas.

Alianza de clases
Uno de los enfoques más fructíferos es el que reconoce en el populismo la posibilidad de establecer una alianza de clases que por su fuerza pueda desplazar a la oligarquía de una posición hegemónica. Por ello suele afirmarse que, con diferentes matices según los países, el populismo en América Latina surge como respuesta a la crisis del Estado oligárquico y establece, en un marco donde se minimizan las contradicciones de clase, las condiciones para el desarrollo de los intereses de la burguesía industrial y la consolidación de la incipiente clase obrera.
El populismo, desde el punto de vista económico, plantea una suerte de armonía supuesta entre capital y trabajo y representa así una trasposición parcial de poder de las oligarquías a una alianza de clases sociales, por lo general urbana, que incluye la burguesía industrial, la clase media y el proletariado industrial. De todos modos, en sus comienzos, debe considerarse al populismo como semi-urbano, ya que se visualiza en las grandes ciudades pero participan actores provenientes de espacios rurales.
Según Octavio Ianni en La formación del Estado populista en América Latina[10][10] el populismo surge como respuesta a la crisis de las oligarquías liberales y forma parte del proceso de constitución de las relaciones de producción específicamente capitalistas en los países de la región, dado que el Estado oligárquico combinaba aún un liberalismo en las relaciones externas con un paternalismo en las relaciones sociales internas. El surgimiento del populismo está ligado a las crisis económicas y políticas del capitalismo mundial, como la primera guerra, la depresión de 1929 y la segunda guerra. En este sentido, el populismo es una respuesta a las crisis del sistema capitalista mundial que conlleva también una crisis de las oligarquías latinoamericanas. Las oligarquías dominantes son desplazadas a través de procesos populistas de su posición hegemónica.

Los límites del populismo


Ahora bien, una pregunta que sigue pendiente es si, en el modo de constitución de las identidades subalternas propio del populismo, éstas no tienen ya sus límites marcados en la disputa por el poder. Si se sostiene, por ejemplo, que el peronismo interpeló a los peones de campo como obreros y trabajadores de las ciudades se puede afirmar que a través de este proceso de interpelación constituyó a los obreros en tanto sujetos políticos y posibilitó así la expansión del poder popular. Pero si los obreros representaban en el peronismo, como comentó Alberto Plá, la columna vertebral del movimiento, no eran, por lo tanto, la cabeza del mismo.
Desde este punto de vista, el populismo es, como suele afirmarse, un intento de dar respuesta a las demandas de los sectores populares sin cambiar las reglas de juego. De hecho, el populismo no se propone una modificación en la propiedad de los medios de producción y se inscribe en el modo de producción capitalista. En este punto, la historia da testimonio de que durante los populismos clásicos se obtuvieron importantes respuestas a nuevas demandas en tanto hubo un reconocimiento de nuevos derechos y distribución de la riqueza, pero no hubo, por cierto, una transformación de las estructuras. Para evitar dicha modificación y el cuestionamiento al statu quo que supone, el populismo clásico se caracterizó específicamente por la creación de estructuras paralelas a las existentes sin afectar la propiedad de los medios de producción.Por ejemplo, para ampliar las posibilidades de acceso de los sectores populares a la Universidad en Argentina, se puede advertir que la estrategia ha sido la creación de la UTN y no la transformación de mecanismos y lógicas que posibilitaban el acceso a las Universidades ya vigentes, entre ellas, la nuestra.
En referencia a esta transformación acotada, Vazeilles sostiene que “en Argentina los dos movimientos democráticos que han intentado reemplazar al régimen oligárquico sin conseguirlo nunca del todo, el radicalismo y el peronismo, han sido calificados de populismo en un sentido peyorativo porque no parece que hayan querido dar en plenitud un gobierno del pueblo y para el pueblo sino algunas concesiones”. Y, en una referencia más amplia, continúa afirmando que “en general los populismos nunca han terminado de responder a las expectativas que generaron tanto en el sentido de armar una estructura interiormente más democrática como en el sentido de llevar hasta el final los procesos de autonomía nacional que prometieron”. A su vez, en el caso particular del peronismo, comenta sobre los límites que el populismo implica, que “el nacimiento del populismo peronista dependió de la movilización de masas en el famoso 17 de octubre. Pero una vez que se instaló en el poder, lo que hizo Perón fue tratar de acotar y controlar esa fuerza usándola moderadamente en su beneficio, no permitiendo un desarrollo autónomo, en relación con lo cual el primer acto fue la disolución del Partido Laborista, cuyos dirigentes se proponían ser parte de un frente político pero sin que los trabajadores y los sindicatos perdieran autonomía”.

Una tensión inevitable

¿No es acaso el populismo el que brinda la posibilidad de la constitución y expansión del poder popular pero a la vez es un impedimento de su desarrollo? ¿No encuentra entonces el populismo su fundamento en una tensión irresoluble?
Si el populismo se interpreta como una alianza de clases entre la burguesía industrial y los sectores asalariados urbanos, es inevitable preguntar en qué medida esta alianza puede dar respuesta a los intereses de una y otra de las clases. ¿No se contraponen inexorablemente? ¿Puede el proletariado dar respuesta a sus intereses a partir de una alianza con la burguesía industrial?Responder negativamente a estas preguntas implicaría considerar al populismo como una perturbación externa en la constitución de las identidades de las clases subalternas. Pero si a diferencia de lo anterior, se puede sostener que es el mismo populismo no el que perturba la constitución de los sectores subalternos sino uno de los modos –y habría que discutir si el único– en que ésta efectivamente se posibilita, puede decirse entonces que el populismo es precisamente una forma en que los sectores populares pueden participar de una cuota de poder. Sería así cierto marco que da el populismo, en tanto modo típico de la política de los países de América Latina, el que habilita la constitución, expansión y expresión de poder de los sectores populares. El populismo mismo no debe considerarse entonces un obstáculo en la constitución de las identidades de los sectores subalternos y, antes que una perturbación externa en el reconocimiento de intereses ya dados, sería el modo históricamente legitimado de constitución e intervención de los sectores populares en América Latina en las luchas por el poder.A diferencia de aquellos que ven en el populismo sólo la posibilidad de una transformación parcial, Nicolás Casullo señala que no hay que considerar como una característica intrínseca del populismo al hecho de que éste encuentre o defina sus propios límites: “Hace poco vi una película –recuerda– en donde una piquetera salteña de cerca de cincuenta años, típica peronista, dice: ‘yo quiero que mi hijo vaya a la universidad’. Ahí hay un populismo que está marcando no una subalternidad sino que, en términos político-ideológicos, una idea democrática de igualdad extrema, para los poderes insoportable”. En este ejemplo se puede observar –agrega Casullo– que “no hay aquí un momento donde el populismo pone algo en segundo lugar, sino que se constituye de una manera en donde la noción de pueblo hace que llegadas ciertas circunstancias lo democrático e igualitario no tenga ninguna otra cosa por encima de él”. Y concluye de modo enfático afirmando que “en este sentido pasa por encima de los que intentan darle una horma”.

Democracia representativa, clasismo y populismo
Más en sintonía con aquellos que en la medida en que no se puede constituir totalmente una democracia como se supone que es el ideal democrático, aparecen posiciones, movimientos y líderes que tratan de alguna manera de saltar esta distancia reconocen ciertos rasgos del populismo por sus diferencias con el sistema de democracia representativa, Korol sostiene que el populismo surge justamente por las falencias de esta última: “. En ese sentido, esto no es lo mejor porque anula ciertos mecanismos de la representación que es importante rescatar y fortalecer”.
En cambio, tanto para Rinesi como para Casullo, las fronteras entre populismo y democracia representativa se hacen menos nítidas en la medida en que ambos insisten en que habría que reconocer en el populismo ciertos rasgos constitutivos de la política, por lo menos de los dos últimos siglos. Para Rinesi, “en el sistema de democracia representativa, lo que se busca es correr los mitos del campo de la política y pensar algo idéntico a sí mismo: el ciudadano que tiene ciertos intereses y elige a sus representantes que deliberan y gobiernan en su nombre. Dentro de este marco no se plantean distorsiones epistemológicas o políticas de lo que sería el verdadero ser”. Y la pregunta que se formula a continuación es si es o no posible esta operación de pensar a la política sin la intervención del mito. La respuesta, que recupera los aportes de tres generaciones de argentinos, Jorge Abelardo Ramos, Ernesto Laclau y Gerardo Aboy Carlés, es que se hace necesario reconocer la presencia del mito en la historia y en la constitución de las identidades políticas. Y en tanto el populismo inscribe en el lenguaje de la política el mito a través de la figura del pueblo, concluye Rinesi que “se podría decir que el populismo sea tal vez la forma misma de la política, que no se puede pensar la política sin cierta dimensión de populismo. Si uno extremara un poco las cosas diría en todas partes, pero sin duda en América Latina”.A su vez, Nicolás Casullo, no muy distante de estas afirmaciones, indica que “podríamos plantear que en la historia de la política moderna cualquier movimiento demócrata romántico burgués tiene un posicionamiento populista en tanto reivindica y mitifica ese momento de unidad del pueblo más allá de sus diferencias frente a determinados embates de la historia”. Y agrega que “se amplía tanto en este sentido el término populismo que la misma pregunta sobre América Latina se podría hacer sobre otras historias”.
En cuanto a las discusiones con el clasismo, también los debates se centraron en torno a si el populismo era o no un desvío en el reconocimiento de una identidad forjada a partir de la posición de clase. En este sentido, sostiene Rinesi que “también en las tradiciones marxistas menos amigas de pensar el lugar del mito en la historia se concibe la identidad constituida en el ámbito de la producción, en este caso el mito aparece como un elemento que distorsiona, confunde y opaca. El mito tendría aquí una función distractiva y la categoría de pueblo debe ser corrida de la escena porque no tendría un correlato en el mundo real de la configuración cierta y objetiva de las identidades sociales”.
Por nuestra parte, en la medida en que asumimos al populismo como un elemento constitutivo, nos distanciamos de dos líneas de interpretación: una es aquella que lo sitúa como un desvío del modelo de democracia representativa que tuvo su origen en los países centrales o de la constitución de las identidades a partir de un posicionamiento clasista, la segunda es la que lo considera como un momento particular de transición de los países de América Latina en su tránsito hacia la modernización. El populismo no es entonces ni el desvío de una supuesta regla ni una etapa que necesariamente hay que atravesar para llegar a una meta pautada. Quisiéramos avanzar, en cambio, como ya adelantamos, hacia una lectura del populismo que lo considere, por el contrario, como un elemento esencial y primero de la política de los países de América Latina. El populismo sería un modo desbordado de la política en relación con un análisis tradicional de partidos políticos y representatividades, pero este carácter no debería ser pensado como una falta, falla, privación, carencia o desorden sino que es ese mismo carácter desbordado de la política el que constituye el fundamento de la actividad política en nuestros países. Este desborde sería, para decirlo con todas las letras, aquello que tiene que ser considerado como originario.
Podría decirse sin duda que el populismo es el modo de constitución de la ciudadanía en América Latina a partir de lo que se evidenció en la experiencia histórica en el siglo XX. Es decir, la constitución de la ciudadanía se hizo posible por la idea mítica de pueblo. En relación con esta tesis, Casullo comenta que “si uno ve la larga historia de la constitución de lo democrático en la política moderna, y en América Latina en especial, está bastante unida la tensión entre constitución de un régimen democrático y presencia, ausencia o reaparición de ese elemento llamado pueblo, que puede estar desconstituido, no constituido, retrocedido, necesitado de modernizar”.

La pertenencia a la comunidad

Un rasgo de la constitución de la subjetividad en el populismo merece ser resaltado. Los sectores populares se definen en él a partir de la noción de comunidad y de lo natural. La racionalidad que se juega en el populismo es la de la religiosidad y no de la relación contractual representante–representado. El populismo naturaliza así los juegos de poder en relación con la pertenencia a una comunidad y sobre la base de un sentido de religiosidad. Casullo señala en este sentido que “todo populismo responde a situaciones de tierra, identidad, sangre, historia, biografía, bien común, idioma y religión”. Y la especificidad de estos rasgos sería, por su parte, la que permitiría definir las características de cada nación. El populismo asume y expresa así una postura nacionalista. Pero, ¿sólo el populismo? Es decir, ¿podríamos pensar la política sin subjetividades que se constituyan, en una de sus dimensiones esenciales, a partir de un sentimiento nacionalista? En ese caso, ¿cuál sería la especificidad del populismo al respecto?
El nacionalismo es un principio, podemos afirmar de acuerdo con Ernest Gellner[11][11], que apunta a la confluencia de los límites de la nación con los límites del Estado y que considera imprescindible, a su vez, que la representación política recaiga sobre miembros de la propia nación. Una pregunta sumamente interesante que podemos recuperar aquí a partir de esta primera definición, y que se hace Gellner, es si puede efectivamente sostenerse la tesis, al parecer incuestionable, que afirma que la aparición histórica de las naciones es la que da origen a los nacionalismos. Sigamos a Gellner en su respuesta. En primer lugar recupera dos perspectivas desde las cuales definir el concepto de nación: una cultural, que afirma que dos hombres son de la misma nación si comparten la misma cultura, y otra voluntarista, que sostiene en cambio que lo son si se reconocen como pertenecientes a la misma nación. Pero ambas, según Gellner, presentan sus dificultades. La voluntarista porque no permite situar las diferencias entre la nación y otros agrupamientos con los que se identificaban las personas, sobre todo en la era preindustrial. La cultural porque la historia muestra que precisamente la pluralidad cultural ha sido la norma frecuente en las sociedades y esto no permitiría entender por qué en las naciones lo que prima es cierta unidad. Así es como Gellner, intentando superar ambas definiciones anteriores, llega a la conclusión de que “las naciones sólo pueden definirse atendiendo a la era del nacionalismo, y no, como pudiera esperarse, a la inversa”. “Lo que ocurre –continúa– es, más bien, que cuando las condiciones sociales generales contribuyen a la existencia de culturas desarrolladas estandarizadas, homogéneas y centralizadas, que penetran en poblaciones enteras, y no sólo en minorías privilegiadas, surge una situación en la que las culturas santificadas y unificadas por una educación bien definida, constituyen prácticamente la única clase de unidad con la que el hombre se identifica voluntariamente, e incluso, y a menudo, con ardor.”[12][12] Estas “culturas desarrolladas estandarizadas, homogéneas y centralizadas” son las que en las sociedades industrializadas constituyen una de las dimensiones esenciales de la subjetividad política.
El nacionalismo es para Gellner “la imposición general de una cultura desarrollada a una sociedad en que hasta entonces la mayoría, y en algunos casos la totalidad, de la población se había regido por culturas primarias”[13][13]. Hay que advertir así un carácter construido del nacionalismo en tanto éste necesariamente inventa tradiciones y apela a la restauración de esencias originales que en rigor son ficticias.
Ahora bien, lo central de todo esto está para Gellner en el reconocimiento del papel necesario y fundamental que tiene este carácter inventivo de nacionalismo en la política: “este aspecto culturalmente creativo e imaginativo, positivamente inventivo, del ardor nacionalista no capacita a nadie para concluir erróneamente que el nacionalismo es una invención contingente artificial e ideológica”[14][14]. El nacionalismo es así el que posibilita en las sociedades industriales imaginar una cultura popular con cierta unidad que pueda oponerse a lo que considera como una intromisión externa y ajena a ella. “El maremoto de la modernización barre el planeta –sostiene Gellner–, y esto hace que casi todo el mundo, en un momento dado, tenga motivos para sentirse injustamente tratado y pueda identificar a los culpables como seres de otra ‘nación’. Si, además de esto, puede identificar a un número suficiente de víctimas como seres de su propia nación, nace un nacionalismo”[15][15].
Según Alberto Plá[16][16] hasta los años ’70 hay tres períodos de nacionalismo en América Latina. El primer nacionalismo puede situarse hacia fines del siglo XIX, cuando se integró la sociedad capitalista y apareció más claramente constituida una burguesía nacional en contraposición a la oligarquía vinculada a los intereses coloniales. El rasgo central de este primer nacionalismo sería el proteccionismo. El segundo nacionalismo surgió a partir de la crisis de 1929 y, a diferencia del anterior, asumió una posición antiimperialista. El tercer nacionalismo, que puede reconocerse en los años ‘60 y ‘70, tendría como rasgos, siempre según Alberto Plá, una articulación más definida con posiciones anticapitalistas.

¿Neopopulismo o fin del populismo?


El neopopulismo presenta a través de características artificiosas lo que en el populismo eran características espontáneas o genuinas. El neopopulismo es una reconstrucción del populismo histórico, retoma principalmente la simbología pero no la expansión de la cuota de poder popular o la participación en la distribución de la riqueza. Así, si el populismo se podía caracterizar a partir de ciertas conquistas sociales, en el neopopulismo sólo se advierte, y no siempre, una defensa de conquistas anteriores, una lucha por mantener los derechos adquiridos en el pasado.
El populismo representa un modo en que se incorporó e integró a la mayoría de la población –como trabajador o asalariado– en una forma política y económica. A diferencia de esto, en el presente se asiste a la exclusión social como fenómeno característico. Al respecto comenta Vazeilles que “en la Argentina hoy los populismos están en franca disolución, porque en el actual período democrático han vuelto escuálida la parte de concesiones a sus representados contraviniendo sus banderas históricas. La bandera histórica del radicalismo era la democratización y fue el radicalismo el que hizo las leyes de impunidad; la bandera histórica del peronismo tenía que ver con el nacionalismo y el sindicalismo y vendió todas las empresas del Estado a la vez que rompió los derechos laborales”. Y concluye que “estos dos partidos no han sido desplazados aún de la historia porque no aparecen representaciones populares de reemplazo con suficiente fuerza”.
Por otra parte, retomando la conceptualización del populismo como tensión constitutiva de la política, Rinesi opina que “lo que hizoMenem fue precisamente cancelar la tensión constitutiva del peronismo populista, y construir por primera vez un peronismo no populista o sólo superficialmente populista. Menem se acercó cada vez más a un discurso nítidamente empresarial, expresando la posición de una derecha conservadora clásica sin siquiera una concesión al conservadurismo popular”
América Latina: Chávez y Lula

A partir de los rasgos esbozados, nos pareció interesante preguntamos si pueden o no caracterizarse como populistas el gobierno de Chávez y la campaña de Lula.Chávez da menos lugar, al parecer, a lecturas diferentes. Por ejemplo, para Korol, puede decirse que Chávez es populista “porque en realidad refiere más claramente al populismo clásico, en términos de constitución de su identidad, de su oposición y de su apelación a ciertas nociones nacionalistas”. Asimismo, según Vazeilles, “el régimen de Chávez puede llamarse populista porque trata de dar satisfacción a los intereses de una vasta masa popular postergada a través de una acción estatal sin que se proponga objetivos socialistas, sin que proponga una reforma del régimen de propiedad privada”.En cuanto a calificar a Lula como populista, Rinesi sostiene que “lo haría con más vacilación, porque proviene de una tradición clasista más nítida, con las complejidades y mediaciones que tiene el conflicto de clases en Brasil, y por las adecuaciones que ha ido haciendo en su discurso y su pensamiento, no con un carácter oportunista”. Para Korol, también “Lula es claramente un líder de izquierda que ha logrado ahora construir un discurso más moderado, lo cual sin duda le permitió, entre otras cosas, ganar las elecciones”. Y señala también que lo esperan desafíos muy fuertes: “va enfrentar desde las alas radicalizadas de su propia fuerza política hasta la misma oposición de Brasil, que no es poca, y las presiones del gobierno norteamericano”.
Con algunas diferencias en la interpretación, por su parte, Vazeilles comenta que “la asunción de Lula es una novedad absoluta, porque nunca en América Latina un partido obrero fundamentalmente basado en los sindicatos y en otros movimientos sociales ha llegado al gobierno por la vía electoral, con un programa que se parece mucho más a las tendencias populistas en general, ya que no se propone una reforma del régimen de propiedad sino una serie de concesiones importantes a sus representados y enarbola banderas nacionales de mayor autonomía de Brasil frente a los EE.UU”. “En el Partido de los Trabajadores –agrega– el peso recae sobre el sindicalismo y los sectores intelectuales, vinculados en general a la teoría de la dependencia, y con los empresarios hay, en cambio, una alianza externa. Por eso se puede decir que es como si fuese el peronismo pero con la hegemonía al revés”.

Identidades y resistencias
En relación con las posibilidades de resistencias políticas a los embates de la profunda crisis que atraviesa Argentina, Korol reconoce que “es muy difícil construir un sistema democrático cuando al mismo tiempo se margina a sectores muy grandes de la población de la política y del mercado”. Pero, según su opinión, las respuestas no tienen que ver con alternativas al sistema de representatividades de la democracia, dado que la actual situación de crisis “no necesariamente expresa una falencia del sistema”. “Es una coyuntura crítica particular –detalla– que nos afecta muy profundamente, pero esto no implica que haya que tirar el sistema por la borda. Yo preferiría la reconstrucción de un sistema que sea al mismo tiempo representativo y vivido como legítimo”.
Casullo, por su parte, considera que las posibilidades de resistencias hay que pensarlas entrelazadas a la aquí tan mencionada noción de pueblo. No desconoce por cierto las distancias que esta postura implica en relación con aquellos que ponen el énfasis en el proceso de la globalización, por un lado, y con aquellos que asumen las tesis centrales de lo que se conoce como la teoría del Imperio, por otro. En relación con esto último sostiene que “hay elementos que hoy están en discusión desde nuevas teorías, a las que muchas veces la izquierda se adscribe ciegamente, que habían sido esenciales de lo que podemos llamar populismo, como la idea de soberanía, de pueblo, de nación, de frontera, de defensa territorial, que aparecen como anacrónicas y retrasantes de lo que sería un nuevo sujeto político metropolitano llamado multitud o experiencia intelectual de nuevo cuño de masas que no tendría que responder a esas variables”.
Entonces, a diferencia de aquellos que consideran al populismo como algo anacrónico, regresivo, o algo a lo que la historia y sus leyes no le responderían, Casullo sostiene que “no podemos abandonar nociones de pueblo, de soberanía, de Estado o de unidad popular en un momento donde todo esto está absolutamente golpeado y herido”. Reconoce sin embargo, como para adelantarse a una crítica tan rápida como simplista, que el hecho de no abandonar estas nociones “no impide que haya que actualizarlas”.Rinesi sostiene al respecto que la noción de pueblo “además de mítica es equívoca, porque tiene una potencialidad de integración y unión, que tiende a cerrar el campo de las significaciones, pero al mismo tiempo tiene una dimensión de conflicto, ruptura y enfrentamiento, entre el pueblo y lo que no sería el pueblo, es decir, las clases privilegiadas”. Y reconoce a estos dos momentos, uno consensualista y otro conflictivista, como constitutivos del populismo. “El populismo –agrega– vive en esa tensión”. “Y si se quiere resolver la tensión –señala de modo categórico– se termina con el populismo y también con la política”. Y concluye entonces que “esto mismo que estamos diciendo del populismo lo dice Emilio de Ípola sobre la política en su último libro, Metáforas de la política. Sostiene de Ípola que hay dos grandes metáforas para pensar tradicionalmente la política, como orden y como ruptura, y que si nos quedamos con una sola de estas metáforas no podemos pensar la política”.
El pueblo, podemos agregar por nuestra parte, no siempre ha pasado a la historia. Y, como todo sujeto político, no puede ser pensado sino también a partir de contradicciones y opacidades. Por lo tanto, tenemos que reconocer que el pueblo no expresa de por sí, de modo evidente y autorreflexivo, una verdad.

El populismo* por Pablo Livszyc * Esta nota fue publicada en el número 51 de la Revista Ciencias Sociales, Dirección de Publicaciones, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Agradecemos las entrevistas a los profesores Juan Carlos Korol, titular de Historia Latinoamericana de la Carrera de Ciencia Política, Eduardo Rinesi, adjunto de Teoría Política y Social II de la Carrera de Ciencia Política y en Teoría Política y Teoría Estética de la Carrera de Sociología, Nicolás Casullo, titular de Principales Corrientes de Pensamiento Contemporáneo y José Vazeilles, titular de Historia Argentina y Latinoamericana, éstos últimos de la Carrera de Ciencias de la Comunicación. Asimismo, apreciamos especialmente el escrito que nos hizo llegar Marcelo Garabedian, docente de Historia Latinoamericana en la cátedra de Ricardo Cicerchia de la Carrera de Ciencia Política.



[1][1] Para una revisión exhaustiva de la bibliografía ver la introducción a Populismo y Neopopulismo en América Latina, María Moira Mackinnon y Mario Alberto Petrone (comp.), Buenos Aires, Eudeba, 1999.
[2][2] Romero, Luis Alberto, Breve historia contemporánea de la Argentina, Buenos Aires, FCE, 1994.
[3][3] Romero, L. A.; op. cit.; pág. 131.
[4][4] Romero, L. A., op. cit.; pág. 145.
[5][5] Plá, Alberto, “Nacionalismo, peronismo y América Latina” en Historia Integral Argentina, tomo VIII: El peronismo en el poder, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1974.
[6][6] Plá, A., op. cit.; pág. 80.
[7][7] Plá, A., op. cit.; pág. 80.
[8][8] Plá, A., op. cit.; pág. 80
[9][9] Romero, L. A., op. cit.; pág. 148.
[10][10] Ianni, O.; La formación del Estado populista en América Latina, México, Ediciones Era, 1984.
[11][11] Gellner, E., Naciones y nacionalismos, Buenos Aires, Alianza, 1991.
[12][12] Gellner, E.; op. cit.; pág. 80.
[13][13] Gellner, E., op. cit. ; pág. 82.
[14][14] Gellner, E., op. cit.; pág. 80.
[15][15] Gellner, E., op. cit.; pág. 145.
[16][16] Plá, A., op. cit.

Ejericicio de Resumen:

Vocabulario:

El Termino Populismo: En los distintos autores que abordaron la problemática,
la complejidad del concepto se puede advertir por el hecho de que éste remite a una
Heterogeneidad
tal que abarca:( carácter polifónico)
- una expresión o forma política, movimientos, partidos, gobiernos y regímenes
- también rasgos tales como liderazgo carismático , nacionalismo, desarrollismo,
- reformismo, movimiento de masas, partidos políticos policlasistas
- e incluso a ideologías, actitudes discursivas o modos de interpelación.

A modo de repaso te propongo un ejercicio que consiste en identificar la frase con el autor:


Luis Alberto Romero - Juan Carlos Korol - Eduardo Rinesi - Nicolás Casullo - José Vazeilles - Alberto Plá - Octavio Ianni

1) ..El clientelismo es la característica central de los más estudiados populismos latinoamericanos..

2) “todo populismo responde a situaciones de tierra, identidad, sangre, historia, biografía, bien común, idioma y religión”

3) "El populismo es el rasgo fundante de las identidades políticas latinoamericanas”.


4) “se podría decir que el populismo sea tal vez la forma misma de la política, que no se puede pensar la política sin cierta dimensión de populismo. Si uno extremara un poco las cosas diría en todas partes, pero sin duda en América Latina”.


5) “
Las versiones que tienden a anclarlo en un momento y en un lugar en general reconocen al populismo como una expresión política que está muy ligada al momento de industrialización sustitutiva, al período posterior a los años ‘30 en América Latina y hasta los años ‘60. En general el populismo adoptó una política económica más bien redistributiva, y en términos de ideología, construía un antagonista que tenía que ver con las oligarquías o el imperialismo. Ésta es una visión acotada que suele ser útil en términos de precisión de la categoría. La otra concepción resalta ciertas características, básicamente el tipo de liderazgo que es más bien paternalista, a veces carismático, el tipo de alianza social que lo apoya, que suele ser heterogénea, y lo que podríamos llamar el estilo político, con lo cual uno puede encontrar rasgos del populismo antes del populismo clásico y sobre todo después”.

6) “el populismo clásico implicaba una cierta alianza de sectores trabajadores, obreros, en algunos casos campesinos como es el caso de México, y políticas tendientes a la redistribución, a veces implicaba también el aumento del déficit de las cuentas del Estado y finalmente la industrialización sustitutiva”.

7) Chávez es populista “porque en realidad refiere más claramente al populismo clásico, en términos de constitución de su identidad, de su oposición y de su apelación a ciertas nociones nacionalistas”.


8) Destaca como rasgos del populismo “proponer excepciones al régimen de propiedad para poder distribuir mejor el ingreso, o dar curso a una política laboral y entregarle al Estado el papel de contrapeso de los monopolios externos, para lo cual con mucha frecuencia tuvo que hacer emprendimientos estatales el clientelismo característica central de los más estudiados populismos latinoamericanos"..

9) “el populismo no es una forma orgánica sino que es una designación teórica utilizada para describir fenómenos que no cuadran en regímenes previos más definidos en América Latina, como pueden ser las dictaduras militares, los regímenes conservadores oligárquicos o el único caso de socialismo”.

10) no sin discusiones y vacilaciones, se caracteriza como populistas, entre otros, los siguientes gobiernos: Yrigoyen y Perón en Argentina, Calles y Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, José María Velasco Ibarra en Ecuador, Paz Estensoro y Siles Zuazo en Bolivia, Víctor Raúl Haya de la Torre (por la fundación de APRA, aunque nunca llegó al poder), Belaúnde Terry, Velasco Alvarado y Manuel A. Odría en Perú, Fidel Castro en Cuba (“antes de la transición al socialismo” en palabras de Ianni), Batlle en Uruguay, Jorge Eliécer Gaitán en Colombia, Pérez Jiménez en Venezuela, Marin en Puerto Rico, Arbenz en Guatemala e Ibáñez en Chile.

11) “en Argentina los dos movimientos democráticos que han intentado reemplazar al régimen oligárquico sin conseguirlo nunca del todo, el radicalismo y el peronismo, han sido calificados de populismo en un sentido peyorativo porque no parece que hayan querido dar en plenitud un gobierno del pueblo y para el pueblo sino algunas concesiones”. según Vazeilles, “el régimen de Chávez puede llamarse populista porque trata de dar satisfacción a los intereses de una vasta masa popular postergada a través de una acción estatal sin que se proponga objetivos socialistas, sin que proponga una reforma del régimen de propiedad privada”.

12)“la asunción de Lula es una novedad absoluta, porque nunca en América Latina un partido obrero fundamentalmente basado en los sindicatos y en otros movimientos sociales ha llegado al gobierno por la vía electoral, con un programa que se parece mucho más a las tendencias populistas en general, ya que no se propone una reforma del régimen de propiedad sino una serie de concesiones importantes a sus representados y enarbola banderas nacionales de mayor autonomía de Brasil frente a los EE.UU”. “


13) Peron“además de dirimir conflictos específicos, por la vía de contratos colectivos, que supervisaba la Secretaría, se extendió el régimen de jubilaciones, de vacaciones pagas, de accidentes de trabajo, se ajustaron las categorías ocupacionales y en general se equilibraron las relaciones entre obreros y patrones, incluso en la actividad misma de las plantas. En muchos casos se trataba simplemente de aplicar disposiciones legales ignoradas. La sanción del Estatuto del Peón innovó sustancialmente, pues extendió estos criterios al mundo rural, introduciendo un elemento público en las relaciones manejadas hasta entonces en forma paternal y privada”[2][3]. Y una vez llegado Perón a la presidencia, agrega Romero que
14) “el Estado benefactor contribuyó decididamente a la elevación del nivel de vida: congelamiento de los alquileres, establecimiento de salarios mínimos y de precios máximos, mejora de la salud pública, planes de vivienda, construcción de escuelas y colegios, organización del sistema jubilatorio, y en general todo lo relativo al campo de la seguridad social”
15) fuerte participación del Estado en la dirección y regulación de la economía, nacionalización de empresas extranjeras, como las vinculadas a ferrocarriles, electricidad, gas y teléfonos, y la nacionalización del Banco Central, desde donde se pudo manejar la política monetaria, crediticia y el comercio exterior.



16) ...
hasta los años ’70 hay tres períodos de nacionalismo en América Latina. El primer nacionalismo puede situarse hacia fines del siglo XIX, cuando se integró la sociedad capitalista y apareció más claramente constituida una burguesía nacional en contraposición a la oligarquía vinculada a los intereses coloniales. El rasgo central de este primer nacionalismo sería el proteccionismo. El segundo nacionalismo surgió a partir de la crisis de 1929 y, a diferencia del anterior, asumió una posición antiimperialista. El tercer nacionalismo, que puede reconocerse en los años ‘60 y ‘70, tendría como rasgos, siempre según Alberto Plá, una articulación más definida con posiciones anticapitalistas

17) el populismo surge como respuesta a la crisis de las oligarquías liberales y forma parte del proceso de constitución de las relaciones de producción específicamente capitalistas en los países de la región, dado que el Estado oligárquico combinaba aún un liberalismo en las relaciones externas con un paternalismo en las relaciones sociales internas.


18)El surgimiento del populismo está ligado a las crisis económicas y políticas del capitalismo mundial, como la primera guerra, la depresión de 1929 y la segunda guerra. En este sentido, el populismo es una respuesta a las crisis del sistema capitalista mundial que conlleva también una crisis de las oligarquías latinoamericanas. Las oligarquías dominantes son desplazadas a través de procesos populistas de su posición hegemónica







Evaluación Escrita:: El Escenario Americano y la Expanisón Europea:: Historia 2º5

Evaluación Escrita.
Octubre de 2009.2º5 Historia
Liceo de Punta del Éste

Unidad 2: El Escenario Americano y la Expansión Europea
Temas: De la siguiente lista selecciona 2 a desarrollar.


A) La conformación de la América Mestiza: Configuraciones Histórico Culturales Americanas. Pueblos testimonios y Pueblos Nuevos.


B) Conquista y colonización de la región platense: Características singulares de la región y su proceso. Los indígenas de la región platense

C) La Banda Oriental entre los siglos XVI y XVIII. Define las siguientes categorías de análisis:
Una colonia débil por tardía. “De Tierras si ningún provecho a minas de Carne y Cuero”[1].
El avance portugués y la consolidación Española[2].
El Arreglo de los Campos. La Lucha de Puertos[3].

D) Los Orígenes de la Nacionalidad Hispanoamericana: Causas de la Revolución Hispanoamericana. Las Reformas Borbónicas y la Creación del Virreinato del Río de la Plata.













Tiempo de Realización: 90 minutos.
[1] El Proceso de Poblamiento. “Pocos Hombres, dispersos y errantes”. Desarrollo Económico de la Banda Oriental durante los siglos XVI y XVII: Introducción del Ganado. La practica de la Vaquería. Monopolio y Contrabando.

[2] El proceso histórico de la Colonia del Sacramento. La Fundación de Montevideo. Razones que la determinan, motivos que la retardan

[3] Programática de Libre Comercio. El estado social y político de la Banda Oriental al comenzar el Siglo XIX.