Brasilia (en portugués Brasília)
es la capital de Brasil, localizada en la parte central del país, unos 950 Km.
al noroeste de Río de Janeiro. Tiene una población de 2.455.903 habitantes según
las estimaciones del censo de 2007 y es la sede del gobierno federal, conformado
por el presidente —quien trabaja en el Palacio de Planalto—, el Supremo Tribunal
Federal de Brasil y el Congreso Nacional de Brasil.(WIKIPEDIA)
Su construcción no se decidió a consecuencia de un
ramalazo de entusiasmo popular, ni es tampoco un alarde de la capacidad de los
arquitectos, sino que es el fruto de una voluntad política determinada que
trataba de resolver, con un acto sustancialmente autoritario, las
contradicciones económica-sociales del país.
En realidad, en Brasil ya se había decidido, hace
150 años, trasladar la capital; en efecto, en el acta de proclamación de la
República, en 1890, un artículo de la Constitución preveía ya dicho
desplazamiento a una localidad del interior, pero sin precisar el lugar. Dos
años después, una comisión de científicos, pero no arquitectos ni ingenieros,
inició una serie de investigaciones que acabaron con la recomendación de una
localidad de la altiplanicie central: el Plan Alto.
Sin embargo, no se llegó a ningún resultado
concreto, y la mismo sucedió con las comisiones nombradas en los años que
siguieron. Mucho después, ya en 1953, el presidente Getulio Vargas volvió
a tomar la decisión de trasladar la capital al interior, sobre todo para
favorecer el desarrollo económico de aquella zona del país y, en general, de
todas las zonas del interior frente a las hasta entonces privilegiadas de la
costa. Con este fin, pues, se creó una comisión que intentaría localizar un
lugar para la nueva capital de Brasil, escogiéndose para ello una zona de 52.000
km2 dentro de la cual debería elegirse el punto exacto para construir
la nueva ciudad.
Además, el gobierno brasileño encargó a una
sociedad americana que efectuara investigaciones para seleccionar cinco posibles
localidades, teniendo en cuenta que la proyectada capital habría de albergar
medio millón de habitantes. En marzo de 1955 se entregaron al nuevo presidente
de la república, Kubitschek, los resultados de los estudios llevados a
cabo, basados en una campaña aereofotogramétrica, en virtud de los cuales
se había elegido un lugar situado en una amplia meseta entre las cuencas de los
ríos San Francisco, Amazonas y Río de la Plata.
En septiembre de 1956 se convocó el concurso para
el plan piloto de la nueva capital, resultando vencedor el proyecto de Lucio
Costa. La idea de Costa se basa en el esquema más antiguo que se conoce: la
cruz. En efecto, creó dos direcciones principales, una urbana y otra destinada
al tráfico, que marcan una clara distinción entre la zona ejecutiva y la
residencial.
En la dirección que va desde la plaza de los Tres
Poderes (legislativo, judicial y ejecutivo) a la estación del ferrocarril
(flanqueada por los depósitos de las pequeñas industrias) se encuentran la
catedral, los ministerios, los bancos, los edificios comerciales, los sectores
recreativo-culturales, con el centro televisivo y el deportivo y, finalmente, la
plaza municipal y la zona de los cuarteles.
Los barrios residenciales, dispuestos en franjas a
lo largo del eje longitudinal, que es ligeramente curvo, aparecen como una
sucesión de cuadrados en los que se incluyen, además de los edificios para
viviendas, una escuela elemental, un liceo o colegio, una capilla, un mercado y
un supermercado; la agrupación de cuatro cuadrados constituye un barrio.
En la franja exterior de esos cuadrados de la zona
residencial se encuentran la ciudad universitaria y las embajadas y, más allá de
éstas, las casas individuales, la estación de autoservicio, el yacht club, el
campo de golf y la residencia privada del presidente. Las zonas externas de las
alas residenciales se destinan a jardín botánico (al norte) y a parque zoológico
(al sur), además de espacios para campos de equitación y otros para la
celebración de ferias. El cementerio y el aeropuerto están a ambos lados de la
zona residencial del sur.
La fundación de Brasilia, incluso dentro de la
validez de los motivos económico-sociales que la impulsaron, queda enmarcada en
el campo de las decisiones políticas. Pero en su ilusión de concretar, Brasilia
corre el grave peligro de convertirse en una capital simbólica o, peor aún, en
una ciudad estrictamente burocrática. Construida como un monumento más perenne
que el bronce, ya está sufriendo lentamente la suerte de los grandes monumentos
del pasado, que la historia llenará de otros significados, y destinados a ser
modificados por los acontecimientos (los acontecimientos que, con su presencia,
querían modificar).
De todas formas, queda la imagen de esta ciudad
enorme, no congestionada, cuyo amplitud transmite al visitante la concepción de
un tiempo y de un espacio que van más allá de nuestras dimensiones habituales.
Proyectadas hacia el futuro, tales dimensiones sólo nos parecen comprensibles si
se tienen en cuenta las del propio Brasil. Esta nación enorme (la cuarta del
mundo en superficie), llena de desequilibrios y de posibilidades, con ciento
ochenta millones de habitantes únicamente, con zonas todavía inexploradas, un
subsuelo riquísimo y una vivaz cultura en formación, ha encontrado precisamente
un primer desarrollo original en la arquitectura moderna, que ha producido, y
continúa haciéndolo, personajes de gran categoría. Ésta es la razón por la que
Brasilia ha representado la gran ocasión de la moderna arquitectura brasileña,
el gran experimento, una experiencia crucial en el proceso de transformación, no
sólo de Brasil, sino también de toda la América Latina.
Para tener una idea de las dimensiones de esta
ciudad basta situarse en el punto más elevado del cruce de los dos ejes
principales, desde el que se goza de una incomparable vista del centro de la
urbe en toda su extensión. Los lejanos edificios de la Cámara de los Diputados,
con sus cúpulas, parecen, a la luz del crepúsculo, platillos volantes
suspendidos apenas sobre una plataforma. Detrás de ellos se yergue el edificio
de las Secretarías, que nos recuerda una rampa de lanzamiento de misiles.
El aspecto monumental es el denominador común de
todos los edificios del conjunto; este carácter no está vinculado a cada una de
las construcciones en particular, sino a la relación que entre ellas existe,
junto a la naturaleza circundante y al elemento luz; precisamente estas
complejas relaciones crean un espacio casi irreal, de sueño. Cada arquitectura
presenta el raro encanto de volúmenes geométricos situados en un plano sobre el
que rueda la luz.
Y sin embargo, ésta es una de las contradicciones
más evidentes de Brasilia: el contraste entre el aspecto declaradamente moderno,
y a veces hasta futurista de cada una de las obras, y los principios
compositivos que las animan, más inspirados en una perspectiva renacentista y
barroca que en los de una ordenación contemporánea.
Junto a Lucio Costa, el viejo maestro de la
arquitectura moderna brasileña, también ha unido su nombre a la realización de
Brasilia el arquitecto Oscar Niemeyer. Cuando se estaba construyendo la
ciudad, él ya era, desde hacía años, un consagrado y celebrado profesional,
cuyas obras se encuentran en diversos lugares del Brasil y del continente
sudamericano. Oscar Niemeyer Soares Filho nació en el seno de una familia
acomodada el 15 de diciembre de 1907, en Río de Janeiro. Después de haber
frecuentado el colegio de los barnabitas, empezó, en 1930, los estudios
de arquitectura; y tras la revolución de Getulio Vargas se formó en un ambiente
que apoyaba sustancialmente a los artistas de vanguardia, llegando a ser uno de
los personajes clave de la arquitectura moderna en su país.
En un clima cultural donde todavía imperaba el
academicismo ochocentista, recogió el mensaje de Le Corbusier,
adaptándolo a la realidad de su tierra, donde la relación con la naturaleza se
impone con violencia. Con ello el repertorio racionalista se simplifica: pocos
motivos elementales, muy característicos en su definición espacial, sustituyen
el contrapunto estructural de Le Corbusier.
El choque con el sensacional paisaje brasileño se
afronta con una inmediatez que lleva a Niemeyer a expresar una imagen que nace
ya desnuda (mientras en Le Corbusier se llega al mismo punto a través de
sucesivas simplificaciones). En 1936, al iniciar sus actividades, obtuvo, junto
a L. Costa, A. E. Reidy y E. Vasconcelos, el encargo para el Ministerio
de Educación y Sanidad de Río. Fue entonces cuando se encontró con Le Corbusier,
que había sido llamado por Costa para ser consultado: el encuentro fue un
acontecimiento fundamental para la posterior producción de Niemeyer y para toda
la arquitectura brasileña.
En el Palacio de los Ministerios se refleja, con
gran claridad, el programa del gran arquitecto francés, con las soluciones
pensadas para París, Argel, Nemours y Buenos Aires: así encontramos los
pilotines (las sólidas pilastras que levantan el edificio del suelo); las
terrazas jardín en lugar del tejado; el pan de yerre, es decir, la fachada
totalmente de vidrio, y los brise soleil, protectores arquitectónicos
(aquí tan necesarios) contra la reverberación del sol.
A todo ello se añade, además, el empleo de los
azulejos, los típicos ladrillos de mayólica esmaltada que, combinando con la
vegetación tropical de los jardines (diseñados por Roberto Burle Marx
para la plaza anterior al edificio y para las terrazas), hacen resaltar
claramente el planteamiento regionalista de la obra.
En 1942, Niemeyer se afirmó definitivamente,
proyectando para Pampulha el casino, el yacht club, el restaurante Baile
y la iglesia de San Francisco de Asís. Sin embargo, esta experiencia, aun siendo
notabilísima, constituye, si se la compara con su actividad posterior, una nueva
investigación de laboratorio.
En 1956, Kubitschek, elegido presidente de
la República, empeña sus mejores energías en la fundación de Brasilia. Y
Niemeyer, nombrado superintendente técnico del Novacap, el ente para la
edificación de la nueva ciudad, recibió el encargo de proyectar la residencia
del gobernador y el hotel para huéspedes oficiales. Al mismo tiempo se convocaba
el concurso para el plan urbanístico, en el que venció, como ya se ha dicho, el
arquitecto Lucio Costa.
Al proyectar los edificios de Brasilia (además de
los ‘a citados, recordemos la capilla anexa al palacio presidencial, el Senado y
la Cámara de los Diputados), Niemeyer siguió los mismos criterios que
inspiraron el plan de Costa: cada uno de tales edificios nace de un punto formal
muy simple, elemental. desarrollado con gran sobriedad en sus detalles
constructivos.
A menudo la estructura sustentadora no tiene
ninguna relación con elementos decorativos característicos. ‘. componente
ornamental procede no de la observación particular próxima, sino de la relación
del edificio con la nueva escala. verdaderamente inusitada, del espacio
circundante, que obliga a observarlo, dada su excepcional amplitud, desde
distancias mucho mayores de las que hasta entonces habían sido habituales. El
palacio del Parlamento (o del Congreso Nacional) está situado en el vértice de
la triangular plaza de los Tres Poderes, y a ambos lados se levantan el Tribunal
Supremo y la sede del poder ejecutivo.
De todas las construcciones es, sin duda, la más
grande y articulada, compuesta de dos partes bien diferenciadas: un edificio
horizontal de tres pisos, con un frente de doscientos metros, que alberga al
Senado. ubicado en una media esfera, y la Cámara de los Diputados, situada en
otra semiesfera más amplia pero invertida. Como es de suponer, a este articulado
conjunto hay que añadir todos los servicios, que, como es natural, son completos
y numerosos. Más abajo, gracias a un elaborado sistema de distribución, se
desarrollan las actividades de los diputados, del personal, de la imprenta y del
público.
Entre las dos medias esferas se levanta un
rascacielos, el único de la plaza, circundado por un gran estanque. En el
rascacielos se hallan las oficinas de los órganos legislativos, distribuidas en
tres pisos bajo el nivel de la plataforma y en otros veinticinco pisos
superiores. Es característica la forma en H (que también presenta visto desde un
avión); la barra horizontal de esa H, que ocupa el espacio entre el undécimo y
el decimotercer piso, constituye una especie de puente (detalle realmente
original) que une los dos cuerpos independientes del edificio. Para tener una
idea de la grandiosa escala de esta construcción, bastará tener en cuenta que en
la “cúpula invertida” de la Cámara encuentran cabida unos 700 diputados, 1.000
senadores, 200 periodistas y unos 1.000 espectadores.
Las dos cúpulas cubren una gran plataforma
horizontal, como una suspendida plaza futuritas, a la que se puede llegar a
través de una rampa aérea frontal y unida a las calles laterales elevadas. La
ausencia de parapeto acentúa la pureza de sus líneas, y el conjunto, aunque de
enormes proporciones, parece ligero; sugestivo efecto conseguido por la
concentración de la luz del sol sobre la fina lámina, mientras que la parte
inferior, atrasada y vidriada, permanece en la penumbra. Más allá de estos
edificios, se abren la plaza de los Tres Poderes y el horizonte.
La plaza, inmensa, es .para muchos brasileños el
símbolo del fututo de su país, como también lo es la línea horizontal continua,
lejana y azul que corre tras la ciudad y que la ciudad no esconde, sino que
valoriza. Toda la arquitectura de Brasilia es horizontal, pero siempre
“destacada” del suelo, de forma que, a través de los inmensos pilotis, nunca
deja de verse el lejano horizonte de la gran llanura en la que se ha creado esa
Moderna capital.
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