México,
hacia 1920. Para esa fecha podría considerarse que ha finalizado la
revolución mexicana, al menos en lo que a su fase más virulenta se
refiere. Un complejo proceso que puso de relieve las profundas
diferencias sociales y económicas existentes en el país, la disparidad
de planteamientos ideológicos (acordes con aquéllos) y la facilidad con
la que todo ello conducía a enfrentamientos armados de diverso tipo. A
finales de ese año pasó a formar gobierno (1920/24) el presidente Álvaro
de Obregón, quien poco después crea la Secretaría de Estado de
Educación Pública, confiando el nuevo ministerio al liberal
José Vasconcelos, de sobra conocido en el país por sus ideas reformistas
e innovadoras.
David Alfaro Siqueiros: "De la dictadura de Porfirio Díaz a la revolución" (detalle). (1957-65). México D.F.
Desde
su nuevo cargo, Vasconcelos aborda un amplísimo programa de reformas,
que incluye medidas muy variadas: creación de nuevas escuelas y
formación de maestros, impulso de las artes y los oficios, difusión
popular de obras literarias, etc. Además, contempló también la promoción
de las artes plásticas, mediante el encargo a jóvenes artistas de la
realización de murales en diversos edificios públicos, de forma que
aquéllos pudiesen ser conocidos, libremente, por todo tipo de
ciudadanos. De esta manera, durante casi tres décadas, aunque a diverso
ritmo, estuvieron realizándose murales por todo el país (aunque de forma
preferente en la capital), hecho que manifiesta la importancia que los
distintos gobiernos concedían a este tipo de manifestación artística.
Derecha:
David Alfaro Siqueiros: "La marcha de la humanidad" (detalle).
1966-71). México D.F. Izquierda: José Clemente Orozco: "Omnisciencia"
(1925). México D.F.
Fue así como surgió el denominado muralismo mexicano,
con el que identificamos un amplísimo conjunto de obras, dispersas en
diversos edificios localizados en distintas ciudades del país y
realizadas por un elevado número de autores que, si bien no parten de
presupuestos plásticos comunes, coinciden en una serie de cuestiones.
Por un lado, la mayor parte de los murales está relacionada con la
intención de difundir la identidad nacional (aún en construcción) y los
propios logros de la revolución mexicana. Por otro, las obras, en sí
mismas, manifiestan (como no podía ser de otra manera) su vinculación
con las distintas corrientes artísticas de la época y, más en concreto,
con las vanguardias pictóricas que por esos años vienen ocupando el
protagonismo artístico en Europa. Finalmente, los artistas (frente a los
antiguos usos de los pintores al fresco) optan por nuevos materiales:
la pintura acrílica, la de automóviles e incluso el cemento coloreado y
aplicado a pistola.
Diego Rivera: "El hombre controlador del Universo" (o "el hombre en el cruce de caminos" (1934). México D.F.
Inferior.
Izquierda: David Alfaro Siqueiros: "El pueblo a la universidad y la
universidad al pueblo" (1954) México D.F. // Derecha: Diego Rivera:
"Mercado de Tlatelolco" (1942). México D.F.
Aunque realizaron también otros tipos de manifestaciones artísticas (pintura al óleo, escultura, etc.) las obras sobre pared de estos pintores muralistas, junto a otros muchos que participaron en el proyecto, manifiestan su coincidencia con los planteamientos de los sucesivos gobiernos respecto a la importancia de la pintura como medio de educación popular, hecho que queda constatado en la frase de Siqueiros de que había que hacer de la pintura "un bien colectivo, útil para la cultura de las masas populares". Pero además, algunos de estos pintores acabaron convencidos de la idoneidad del mural como mejor forma de expresión pictórica. Así, Orozco afirmaba que "la forma más pura de la pintura es la mural. Es también la más desinteresada, ya que no puede ser escondida para el beneficio de algunos priivilegiados. Es para el pueblo, es para todos". Al menos, en algún sentido, tenía razón.
José Clemente Orozco: "Zapatistas" (1931). Washington. (Óleo).
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