El origen etimológico del término que ahora vamos a analizar
está muy claro, se encuentra en el latín. Aún más concretamente podemos
establecer que reside en la palabra latina revolutum que puede traducirse como “dar vueltas”.
La revolución es un cambio o transformación radical respecto al pasado inmediato, que se puede producir simultáneamente en distintos ámbitos (social, económico, cultural, religioso, etc.). Los cambios revolucionarios tienen consecuencias trascendentales y suelen percibirse como súbitos y violentos, ya que se trata de una ruptura del orden establecido. Las revoluciones nacen como consecuencia de procesos históricos y de construcciones colectivas.
La ciencia de la historia establece tres grandes tipos de revoluciones: política, social y económica.
La revolución política es aquella donde se reemplaza al gobierno o incluso se modifica la totalidad del sistema político. Las relaciones sociales (como las de propiedad), en cambio, se mantienen inalterables. Un ejemplo de este tipo de revoluciones fueron las acontecidas en Europa en 1848, cuando se generalizó una ola de manifestaciones populares que se expandió con gran velocidad.
Asimismo habría que añadir otras de gran calado histórico como, por ejemplo, la cubana. Entorno a la primera mitad del siglo XX es cuando tiene lugar la misma gracias a la cual se consiguió no sólo acabar con la dictadura de Batista sino también el ascenso al poder del Ejército Rebelde representado en su líder, Fidel Castro.
Además también está la conocida como Revolución de los Claveles. Una acción esta que se desarrolló en Portugal en el año 1974 y que consiguió acabar con la dictadura más longeva de Europa, la que en tierras lusas lideraba Salazar.
La revolución social, en cambio, es una transformación del conjunto de las relaciones e interacciones sociales cotidianas dentro de un espacio territorial liberado, ya sea una ciudad o un país. De esta forma, las revoluciones sociales sí alteran las relaciones de propiedad y trascienden la política, como la Revolución Francesa de 1789 y la Revolución Soviética de 1917.
En el caso de la Revolución Francesa, que se inició con la proclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional y que finalizó con el golpe de estado de Napoleón en 1799, lo que tenemos que dejar claro es que la misma se produjo por un amplio número de causas. Entre las mismas se encuentran el descontento de las clases populares, el establecimiento de una burguesía que cada vez iba ganando más peso y poder, una crisis económica y una monarquía demasiado rígida.
Todo ello, unido a las nuevas ideas ilustradas que iban ganando
forma, propiciaron que se decidiera llevar a cabo esta revolución en
Francia con la que se consigue abolir el feudalismo, quitar poder a la
Iglesia, hacer desaparecer a la monarquía y encaminarse hacia un sistema
constitucional.
Por último, la revolución económica es el cambio drástico de las condiciones de producción, distribución y consumo de los bienes y servicios. El término generalmente se aplica con los cambios tecnológicos, como lo acontecido con la llamada Revolución Industrial (donde comenzó una época diferente gracias al uso de nuevas técnicas, fuentes de energía, invención de maquinarias y nuevos medios de transporte, entre otras cuestiones).
La revolución es un cambio o transformación radical respecto al pasado inmediato, que se puede producir simultáneamente en distintos ámbitos (social, económico, cultural, religioso, etc.). Los cambios revolucionarios tienen consecuencias trascendentales y suelen percibirse como súbitos y violentos, ya que se trata de una ruptura del orden establecido. Las revoluciones nacen como consecuencia de procesos históricos y de construcciones colectivas.
La ciencia de la historia establece tres grandes tipos de revoluciones: política, social y económica.
La revolución política es aquella donde se reemplaza al gobierno o incluso se modifica la totalidad del sistema político. Las relaciones sociales (como las de propiedad), en cambio, se mantienen inalterables. Un ejemplo de este tipo de revoluciones fueron las acontecidas en Europa en 1848, cuando se generalizó una ola de manifestaciones populares que se expandió con gran velocidad.
Asimismo habría que añadir otras de gran calado histórico como, por ejemplo, la cubana. Entorno a la primera mitad del siglo XX es cuando tiene lugar la misma gracias a la cual se consiguió no sólo acabar con la dictadura de Batista sino también el ascenso al poder del Ejército Rebelde representado en su líder, Fidel Castro.
Además también está la conocida como Revolución de los Claveles. Una acción esta que se desarrolló en Portugal en el año 1974 y que consiguió acabar con la dictadura más longeva de Europa, la que en tierras lusas lideraba Salazar.
La revolución social, en cambio, es una transformación del conjunto de las relaciones e interacciones sociales cotidianas dentro de un espacio territorial liberado, ya sea una ciudad o un país. De esta forma, las revoluciones sociales sí alteran las relaciones de propiedad y trascienden la política, como la Revolución Francesa de 1789 y la Revolución Soviética de 1917.
En el caso de la Revolución Francesa, que se inició con la proclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional y que finalizó con el golpe de estado de Napoleón en 1799, lo que tenemos que dejar claro es que la misma se produjo por un amplio número de causas. Entre las mismas se encuentran el descontento de las clases populares, el establecimiento de una burguesía que cada vez iba ganando más peso y poder, una crisis económica y una monarquía demasiado rígida.
Por último, la revolución económica es el cambio drástico de las condiciones de producción, distribución y consumo de los bienes y servicios. El término generalmente se aplica con los cambios tecnológicos, como lo acontecido con la llamada Revolución Industrial (donde comenzó una época diferente gracias al uso de nuevas técnicas, fuentes de energía, invención de maquinarias y nuevos medios de transporte, entre otras cuestiones).
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